Sunday, December 2, 2012

La Muerte de Don Quijote -Conrado Menéndez Díaz


Escrito publicado originalmente en el libro Exégesis Cervantina del Dr. Eduardo Urzaiz Rodríguez (Ediciones de la Universidad de Yucatán, 1950):

La Muerte de Don Quijote

Por CONRADO MENÉNDEZ DÍAZ

“Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento”, dijo en tono de admiración el buen cura Pero Pérez después de atender a las juiciosas razones que en su lecho de muerte produjo el quebrantado protagonista del libro inimitable.

La escena que culmina con estas palabras del buen sacerdote es digna por lo majestuosa y dulce de la obra maestra de Dn. Miguel de Cervantes Saavedra.

Al despertar de su sueño de seis horas, el Hidalgo, antes de morir, canta la palinodia: “dadme albricias, buenos señores, de que ya no soy D. Quijote de la Mancha sino Alonso Quijano el Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino”.

En este momento. Don Quijote de la Mancha ha muerto ya, y Alonso Quijano el Bueno fué quien le hizo su epitafio. El propio Alonso Quijano partiría para el viaje del que no se retorna, momentos después.

El lector, que ha llegado a encariñarse con el noble hidalgo manchego, con sus generosas inquietudes de justicia y los infortunios consiguientes a la incomprensión de quienes lo rodean, se siente orillado a las lágrimas al despedirse del personaje que ha llegado a ser símbolo de todo aquel que se enfrenta decidido a peligros y embates muy superiores a sus fuerzas.

¡Cuán distinto el final del Quijote de Avellaneda, que corresponde por otra parte a lo intrascendente de tal obra!

En ésta el embozado deturpador e imitador del Manco de Lepanto hace ingresar a Don Quijote a la casa de orates del Nuncio de Toledo, y después de decirnos que en ella fue curado, nos deja entrever que más tarde le volvió la locura de las aventuras caballerescas.

Avellaneda no quiso que sanara su mal habido protagonista. En la página final del Quijote Apócrifo nos dice, a propósito de lo que le ocurrió al hidalgo después de ser curado en la Casa del Nuncio de Toledo:

Pero como tarde la locura se cura, dicen que en saliendo de la corte volvió a su tema, y que comprando otro mejor caballo se fue la vuelta de Castilla la Vieja, en la cual le sucedieron estupendas y jamás oídas aventuras, llevando por escudera a una moza de soldada, que halló junto a Torre de Lodones, vestida de hombre, la cual iba huyendo de su amo porque en su casa se hizo o la hicieron preñada, sin pensarlo ella, si bien no sin dar cumplida causa para ello, y con el temor se iba por el mundo” .

Agrega Avellaneda que la mujer escudero hubo de llegar a ser madre en medio de un camino, visto lo cual por don Quijote la encomendó a un mesonero de Valdestillas.

“Y -termina dicho libro- él, sin escudero, pasó por Salamanca, Ávila y Valladolid, llamándose el Caballero de los Trabajos. Los cuales no faltará mejor pluma que los celebre”.

Entendemos que don Miguel de Cervantes Saavedra quiso en este —como en muchos otros aspectos de su obra maestra resolver las cosas de manera muy distinta que su parodiador, y por ello —saliéndose para esto sólo de la interpretación exacta de la locura de don Quijote— hace que su héroe recobre la razón cumplidamente a la hora de enfrentarse con el gran misterio.

Lejos de nosotros la pretensión de analizar al Hidalgo Manchego a la luz de la Psiquiatría. Tal cosa ha sido realizada en forma magistral, entre otros, por nuestro sabio maestro el doctor Eduardo Urzaiz R.

Entendemos que el escritor no tiene por qué sacrificar una concepción preñada de belleza y en cierto modo alegórica para ceñirse a la austera verdad de la ciencia, aunque se le recomiende en términos generales ajustarse en lo etopéyico y en el desarrollo argumental de la obra a la realidad y la verosimilitud.

Y ni contra una ni contra otra pecó Cervantes cuando devolvió a don Alonso Quijano el Bueno la sanidad mental en el trance de la muerte.

En efecto, ha sido idea muy extendida, aun en los círculos científicos, la de que los dementes recobran la razón cuando están a punto de expirar. Entendemos que esta idea, de índole espiritualista, se funda en la suposición de que el alma, cuando se acerca en su tránsito a la eternidad y comienza a desligarse de las ataduras terrenas, se impone a los desajustes orgánicos que han provocado su transitorio embotamiento y muestra toda la lucidez que la caracterizó antes de ser presa en las mallas impalpables de la locura.

De manera semejante se creó el mito de que el cisne— animal que por su majestuosa belleza ha sido divinizado desde los tiempos heroicos de la Grecia inmortal hasta los de triunfo del modernismo rubeniano— deja de graznar desapaciblemente y entona un canto dulce y armonioso a la hora de la muerte.

No hay que olvidar que don Miguel de Cervantes era católico ortodoxo, y que como tal tenía que aceptar el dualismo de espíritu y materia.

Por lo demás en ciertos casos de locura se llega a la curación y en otros los fenómenos psicopáticos son cíclicos, lo cual explica que no pocas veces se recupere la razón a las puertas de la muerte.

No olvidó Cervantes al poner a su más caro protagonista en trance de muerte, que Avellaneda ubica a Dn. Quijote en la parte final de su obra en plan de nuevas Aventuras, en Castilla la Vieja, Salamanca. Ávila y Valladolid, o sea que, como dijera el comentarista Clemencín, pensaba reanudar la historia. Por ello, a continuación del epitafio en verso del bachiller Sansón Carrasco, expresivo de “que acreditó su ventura —morir cuerdo y vivir loco”— el Manco de Lepanto pone el suyo propio al decir:

“Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: aquí quedarás colgada de esta espetera, y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada, péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen les puedes advertir y decirles: Para mí sola nació Don Quijote y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco, que se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal aliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriado ingenio, a quien advertirás si acaso llegues a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de Don Quijote, y no le quiera llevar contra todos los fueros de la muerte a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa, donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los extraños reinos; y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero Don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo sin duda alguna”.

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