Thursday, May 31, 2012

La muerte de Abel Bolívar Menéndez Romero


Abel Bolívar, segundo director del Diario de Yucatán, falleció el lunes 3 de febrero de 1986.

Tras la muerte de Abel Bolívar fue su hijo Carlos R. Menéndez Navarrete quien ocupó el puesto de FDrector-Gerente.

Fue hijo de Carlos R. Menéndez González y nieto de Don Antonio Menéndez de la Peña. El miércoles 5, el Diario de Yucatán publicó la siguiente información.

Periodista total

Falleció nuestro director, don Abel Menéndez Romero

Foto: Nota necrológica
(1905-1986)

Ha llegado a su fin la vida del director del DIARIO: don Abel Menéndez Romero dejó de existir anteanoche a las 10:45, en el seno de su religión católica.

Tenía casi 81 años de edad. Hijo segundo del fundador de este periódico, don Carlos R. Menéndez González, y su esposa doña Flora Romero Rodríguez, había nacido en esta ciudad el 12 de febrero de 1905.

Sus restos mortales fueron incinerados en el cementerio de Xoclán e inhumados ayer por la tarde en el Panteón Florido en la sola presencia, por voluntad suya, de familiares y el señor Arzobispo, doctor don Manuel Castro Ruiz, quien ofició antes, como también el presbítero don Luis Góngora Góngora, responsos y misas de cuerpo presente.

Le sobreviven sus hermanos don Mario y esposa doña Pilar Rodríguez Cantillo, doña Gila viuda de Acevedo, doña Lina Torre Palma viuda de Menéndez, don Salvador y esposa doña Irma Cervera Marín y doña Gloria y esposo doctor don Manuel Cárdenas Berny; hijos Carlos Rubén, R.M. Ana María -religiosa de la Congregación del Espíritu Santo-, Berta Noemí de Cámara, Abel Ricardo, María Teresa de Franco, José Rafael, ingeniero Alberto Rubén, Flora María de Alonso y Manuel Ramiro, hijos políticos, 39 nietos, 7 bisnietos y numerosos sobrinos.

Se han dispuesto, en su memoria, las misas de ocho de la noche que se celebrarán hoy en el Seminario Conciliar de San Ildefonso, mañana jueves en la capilla de las RR.MM Teresianas y pasado mañana viernes en el Asilo Celarain.

Descanse en la paz del Señor.

EL PERIODISTA

Latió en Abel Menéndez Romero una vocación invencible por el periodismo. Lo aprendió todo, de la "a" a la "z", y lo ejerció por entero, de la base a la cúspide.

En La Revista de Yucatán, fundada y dirigida por su padre, vela sus primeras armas en el oficio: niño aún, antes de ir al colegio intercala secciones o suplementos en los ejemplares que tira la rotativa.

Será después, mientras continúa sus estudios en el Instituto Literario y la Universidad de Yucatán, corrector de pruebas, cablista, reportero, redactor, formador, linotipista, mecánico...

Cuando La Revista, heroína de la prensa mundial, sucumbe en 1924 ante el asalto y el incendio, y don Carlos funda, el 31 de mayo de 1925, el DIARIO DE YUCATÁN, no hay puesto en los talleres o la Redacción que Abel Menéndez Romero no sepa desempeñar.

Le vimos, incluso ya como director, ir a la sala de composición a formar una página de sociales, o tomar la llave y el alicate para devolver el tiempo perdido a una camba de linotipo, o sentarse a esta noble máquina, a parar un título difícil en letras de 24 y 18 puntos, y volver luego a la Redacción a suplir al corrector de pruebas que había salido a comer, proseguir la revisión de sucesos de policía o continuar el comentario a unas declaraciones del Presidente.

Era un periodista total.

EL PERIODISTA Y EL TRABAJADOR

Como su padre, rindió culto al trabajo. El lustro final de los años 30 lo retrata: comparte con don Carlos la lucha a brazo partido que significaron la agonía y muerte de La Revista y el nacimiento del DIARIO en un medio oficial hostil; concluye la carrera de Leyes en 1928 y, recién graduado, se traslada a Nueva Orleans, donde, mientras estudia el inglés, aprende a operar, armar y desarmar los linotipos que él mismo instalaría después en Mérida; contrae matrimonio en 1929 con doña María Navarrete Ruz -abnegada compañera hasta su fallecimiento en 1969- y en 1930, sin descuido de su labor en este periódico, encuentra tiempo para fundar El Diario de la Tarde el 15 de noviembre y dirigirlo hasta que el vespertino sucumbe en igual fecha de 1931, víctima del déspota que días después clausuraría el DIARIO DE YUCATÁN.

En prisión sus hermanos, el abogado Menéndez Romero, en auxilio de su padre enfermo o desterrado, asume principal papel en la defensa del DIARIO contra las arbitrariedades del Gobierno. Es una batalla de 27 meses que finaliza cuando la Suprema Corte de Justicia, en histórico laudo, ampara al DIARIO y tutela su reaparición en marzo de 1933.

Tres meses después, un quebranto en su salud obliga a don Abel a internarse en el "John Hopkins Hospital" de Baltimore. La orden de los médicos es unánime: no debe trabajar más de cinco horas al día en el resto de su vida.

Trabajó de 10 a 14 horas diarias hasta avanzada la década de los setentas. O a las 24 si era necesario. Lo veíamos en el periódico por la mañana y en la tarde. También por la noche. Lunes, jueves o domingos.

Siempre estaba de guardia.

EL PERIODISTA Y EL ESCRITOR

En la tesis que presentó al graduarse de abogado- "El derecho penal en formación"- dijo:

"¿Qué es una tesis profesional? ¿Qué debe ser? Grito de rebeldía. Tropel de ansias. Alarde de Pujanza. Clarinada de juventud. Algo que denote vida nueva. Algo fuerte y noble. Exposición de ideas propias, fruto de las enseñanzas de la cátedra y de la voluntad en el estudio de los libros sabios y maestros. Renuevo de conceptos. Crisis de novedad. Recia urdimbre de opiniones, cuya firmeza debe buscarse nomás en el mismo atrevido ímpetu espiritual de renovación, en el mismo loco destello juvenil de mejoramiento. Base sólida de cultura y vuelo gigantesco de cóndor en la concepción".

No ha pasado un día sobre esta prosa de 1928. Ágil, lozana, luminosa, parece escrita ayer, 3 de febrero de 1986. O que la van a escribir mañana.

Prosa, sobre todo, clara. Esa claridad que irradia la cita oportuna del concepto certero, el estilo sencillo y la fidelidad gramatical.

Refinándose con el uso cotidiano, su manera de escribir se hizo con el tiempo cada vez más sobria y concisa. Sus "llamadas" en letras negritas, para comentar un suceso, o sus editoriales son modelos de precisión. Ni sobra ni falta. No hay letra perdida.

Pudo, si hubiera querido, ser, como su padre, académico de la Lengua.

EL PERIODISTA Y EL IDEURGO.

Los ideales de Abel Menéndez Romero están impresos en su editorial -"Nota del Día"- que publicó en la primera página del primer número del vespertino que fundó en 1930:

"Al amparo del trabajo -nervio de la vida-, escúdanos en la Ley, queremos hacer, dentro del criterio ampliamente conocido del DIARIO DE YUCATÁN, un periódico eminentemente popular y eminentemente libre, honorable, digno, (palabra ilegible). El programa del DIARIO DE LA TARDE será el mismo que el de la edición de la mañana de esta empresa periodística: TODO POR YUCATÁN Y PARA YUCATÁN Y POR LA AUGUSTA PATRIA MEXICANA".

Ninguna forma de presión -atentados, amenazas, dinero- consiguió apartarlo de este código de honor, suma y síntesis de su personalidad. Lo cumplió al pie de la letra. Sin concesión o excepción que valieran en su trayectoria de periodista al servicio incorruptible de la justicia, la verdad y las libertades públicas.

EL PERIODISTA Y EL DIRECTOR.

Fue tal su identificación con su padre, que es lícito decir que le leía el pensamiento. "Yo firmo con los ojos cerrados lo que escriba mi hijo Abel", oímos decir, más de una vez, a don Carlos.

El mismo don Carlos lo nombró Subdirector el 29 de noviembre de 1936 y fue delegando en él las funciones rectoras, de modo tal, que a partir de los años 40 el licenciado Menéndez Romero fue el encargado de dirigir la política del periódico y escribir por lo general sus editoriales, salvo señaladas ocasiones en que nuestro fundador empuñaba la pluma para recordar un aniversario o responder a un ataque.

Por voluntad de su padre, incluida en su testamento, don Abel asumió la Dirección del periódico el 12 de diciembre de 1961, al fallecer don Carlos, y en 1967 se convirtió en su único dueño, al adquirir de sus hermanos la totalidad de las acciones de la Compañía Tipográfica Yucateca.

La transición, fluida, no trascendió al DIARIO. Fue un relevo humano. Sólo un traspaso de antorchas encendidas por el fuego sagrado del mismo ideal. Nada más.

EL PERIODISTA Y SU INFLUENCIA

A sus conocimientos sobre Yucatán, fruto de su observación atenta de la vida pública, don Abel unía una cualidad poco común, que suele faltar incluso cuando sobresalen la inteligencia y la capacidad: el buen criterio.

En sus comentarios, juicios y decisiones tuvo el don de proponer, recomendar y hacer lo conducente, lo justo. Se explica así que no pocos gobernantes, después de una charla con don Abel, salieran de su visita al DIARIO con la solución a un problema de la ciudad o el Estado, seguros del secreto inviolable que siempre rodeó a estas consultas.

A gobernadores y alcaldes les llevó al centavo la contabilidad de sus finanzas durante casi medio siglo, exigiéndoles cuentas claras en editoriales que, apoyados en la investigación y la estadística, representaban, en cada caso, fuertes inversiones de labor personal. Nunca desmayó en este empeño suyo por contribuir al recto aprovechamiento de los dineros del pueblo, como tampoco en la tarea que se impuso de vigilar sin tregua a la administración pública, para salir al paso de cualquier transgresión a las normal del buen gobierno.

Ejemplos -apenas algunos- de esta inquietud son también sus campañas contra la corrupción henequenera y la explotación del vicio, así como los estudios y los editoriales que desnudaron en 1967 el fraude del agua potable y la batalla informativa y editorial que culminó ese mismo año en la mayor victoria electoral de los yucatecos en el Siglo XX.

Después de estrenar su título profesional en defensa del DIARIO, entre 1931 y 1933, se retiró de los tribunales. Nunca abrió un bufete. Pero hasta su muerte ejerció la profesión en el periódico: fue un abogado del pueblo.

EL PERIODISTA Y EL DIARIO

No le gustaban ni el despacho ni la silla de Director. Trabajaba en la mesa de corrección de pruebas. O en el escritorio que estuviera disponible. A la larga llegó a tener, muy a su pesar, un sitio fijo, pero nunca en primer plano y siempre en la posición estratégica que le permitiera codearse con reporteros y redactores, mientras estaba, al mismo tiempo, pendiente de todas las actividades.

Hábil timonel, del periódico de 12 a 14 páginas que recibió en 1967, adeudado y descapitalizado por la compra de la empresa, hizo un diario de cinco secciones que casi triplicó en los últimos diez años el crecimiento en publicidad e información que tuvo en sus primeros 50.

Abierto a los aires de la renovación, puso fin a la romántica larga era de la composición en caliente, jubiló a los linotipos que trajo de Nueva Orleans y a partir de 1975 actualizó la maquinaria de los talleres y el equipo de la Redacción con la rotativa offset y los cerebros electrónicos que comunican toques de magia y maravilla a la confección del periódico, según los cánones de la modernidad.

Gracias a su interés constante por el bienestar de los empleados se construyó, por idea también suya, el centro de recreo con salas de fiestas, alberca, baños, corredores, y canchas de béisbol, fútbol, básquetbol y tenis que está a disposición de nuestro personal y sus familias en amplio terrenos cercano a la carretera a Caucel.

De firmes convicciones cristianas, católico militante, imprimió al DIARIO uno de sus sellos característicos: el de difusor y defensor de la doctrina y las actividades de la Iglesia.

EL PERIODISTA Y EL HOMBRE

En el prólogo de su tesis profesional había escrito en 1928: "Sobra reclamar indulgencia para este trabajo, de cuya esterilidad estoy convencido de antemano. Nada tiene de original y a cada paso se hace hueco en él a ideas y conceptos ajenos. Es un trabajo de la época de estudiante que no puede resistir el análisis de una crítica severa".

EL párrafo revela al hombre. Severo consigo mismo. Austero en sus costumbres hasta el matiz espartano. Modesto, sencillo, enemigo de la exhibición, prefirió estar detrás, a la sombra, en el recato humilde del segundo término, y ceder siempre el primer plano a sus ideas y al DIARIO.

Sólo una vez firmó con su nombre sus editoriales: en 1931, al anunciar el cierre de su Diario de la Tarde. En muy contadas ocasiones asistía a un acto público: el último fue el banquete al señor Arzobispo doctor don Fernando Ruiz Solórzano, en los años sesentas, con motivo de su jubileo sacerdotal. Que recordemos, nada más una vez publicamos una fotografía suya en los últimos 25 años: acompañando al señor Arzobispo doctor Castro Ruiz durante la bendición de nuestra nueva rotativa en 1978.

Mientras vivió no fue noticia para el periódico. ¡Terminantemente prohibido! Ha tenido que morirse para que el DIARIO se ocupe de don Abel, le reconozca los méritos que él atribuía con generosidad a sus colaboradores y le rinda los honores que por sistema rechazó.

* * *

No nos despedimos. Su ejemplo de periodista independiente y veraz, digno e insobornable, se queda en esta casa que sigue siendo suya. Bendiga la Divina Providencia nuestro afán por seguir sus huellas con la lealtad y el respeto, la admiración y el amor con que él, Abel Menéndez Romero, en lección inolvidable, siguió todos los días, en cada edición, los pasos de su padre, el fundador del DIARIO DE YUCATÁN.

Tumba de Abel Menéndez y su esposa el Panteón Florido (foto JMRM enero 2013)